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Desarrollo Económico

| Artículos de opinión

La crisis mundial actual y la situación argentina

Autor | Mario Rapoport


Conflictos de Interes
El autor no manifiesta conflictos de interés


Palabras Claves
Argentina, China, crisis internacional, desendeudamiento, economía, EE.UU., libre comercio, Macri, neoliberalismo, proteccionismo, TLC, Trans-Pacific Partnership



12-11-2015 | Ya es de amplio conocimiento que el mundo está atravesando una situación de crisis socioeconómica que está impactando fuertemente sobre las llamadas "economías periféricas". Pero, ¿de dónde viene este flagelo? No se puede comenzar a analizar el escenario actual sin prestar atención a los acontecimientos que lo precedieron. En 2008 se desató una crisis en los Estados Unidos de una profundidad tal que se la comparaba con aquella de 1930, la cual implicó verdaderamente un Crac en la historia del mundo moderno. Así, en 2008, fruto de una especulación intrínseca a la dinámica del capitalismo financiero global, la economía norteamericana estalló. El gobierno, contrario a las recetas que predican cínicamente desde Washington, no tardó en intervenir y puso en marcha todo su aparato político, económico y militar logrando finalmente trasladar la tormenta hacia otros polos del esquema mundial. De este modo, el comercio internacional se encuentra hoy transitando su octavo año de crisis que no hace más que reactivarse constantemente y pasar de un lugar a otro sin solución de continuidad. Primero fue el turno de Europa, hoy le toca a los emergentes.


Pero esta crisis mundial no es sólo económica sino también política. La geopolítica ha cambiado significativamente en las últimas décadas en detrimento del liderazgo norteamericano. En lo económico, hoy ya no se trata de una hegemonía indiscutida del país del norte sino que persiste un sistema multipolar, donde además de los Estados Unidos, Europa y Japón -todos ellos en dificultades- asoman como una amenaza latente China, Rusia y otros países emergentes, mientras que en lo político y militar los Estados Unidos siguen constituyendo la única superpotencia global. Conscientes de ello, el gobierno norteamericano trata de resolver sus problemas a través de una política agresiva, a punto tal que algunos autores ya hablan, incluso, de una segunda guerra fría. En el Medio Oriente y Asia, Washington fomenta una situación bélica o prebélica para terminar de resolver el tema de la conquista de fuentes energéticas.

Esta intervención militar no es suficiente. En la actualidad, la visión anglosajona del orden mundial, con Washington y Londres como árbitros auto-designados de una guerra comercial permanente y universal, es contrastada desde Moscú y Beijing. Como no es posible resolver esa discrepancia con el solo recurso del fuego, los primeros deben apelar a estrategias político-económicas, siempre con una perspectiva geopolítica.

Ante la pérdida de su competitividad comercial y de su control sobre la elaboración de normas para el comercio internacional en la OMC, la respuesta de Estados Unidos es proponer mega-acuerdos económicos preferenciales que tengan como centro y lazo común a los Estados Unidos y que excluyan a sus rivales: el Trans-Pacific Partnership (TTP) y el Trans-Atlantic Trade and Investment Partnership (TTIP). El primero excluye a China y afecta el proceso de integración regional del Cono Sur y el segundo excluye a Rusia. El objetivo geopolítico de ambos acuerdos es claro: debilitar la interdependencia económica de China con sus vecinos y debilitar la creciente interdependencia de la Unión Europea, con el Mercado Común Euro-Asiático liderado por Rusia. Así, Washington intenta resucitar su sueño frustrado del ALCA y recomponer su liderazgo económico mundial. De más está decir, a su vez, que estos acuerdos tendrán consecuencias considerables para los países firmantes, especialmente para aquellos con estructuras productivas muy disímiles a la norteamericana. En este sentido, recomendamos la lectura del artículo de Federico Bernal publicado en este Observatorio en relación al TLC firmado entre México y EE.UU. "El TLC mexicano que Macri quiere para la Argentina" (http://www.oetec.org/nota.php?id=1415&area=14).

El comercio internacional en su conjunto se encuentra en desaceleración. Históricamente, gran parte de los países han respondido a estas situaciones con medidas económicas tales como el proteccionismo o las llamadas "devaluaciones competitivas". Tal es el caso de la economía norteamericana lo que, sumado a los factores mencionados anteriormente, traslada la crisis a otros países. Prueba de ello es la nueva ley agrícola impulsada por el gobierno de Obama en donde se aprueba una suma anual de 95.000 millones de dólares en subsidios a los productores agropecuarios estadounidense, lo cual perjudica directamente a países con una estructura de exportaciones predominantemente agrarias como la Argentina, que tiene un déficit comercial anual con este país de 6.500 millones de dólares. A esto se suman las acciones de Estados Unidos en la OMC contra la Argentina acusándola hipócritamente de proteccionismo y continúa sin aceptar el pronunciamiento de la OMC en cuanto a la inexistencia de aftosa en las carnes argentinas y sigue prohibiendo su entrada. Como una unidad de un sistema capitalista que es mundial, nuestro país está sintiendo las consecuencias de este escenario internacional. Pero desde una perspectiva nacional, la situación presenta algunos rasgos salientes que vale la pena mencionar.

Por un lado encontramos una desaceleración en la tasa de crecimiento de China lo que, al ser nuestro segundo cliente en materia de exportaciones, tiene fuertes repercusiones para nuestra economía. Lejos parece haber quedado aquel crecimiento "a tasas chinas" en torno al 12% para pasar a un crecimiento del producto más cercano al 7%. Esta caída en la demanda de nuestros productos de exportación agrava la delicada situación actual de las reservas internacionales. Pero esto no es todo. Al ser China un "país grande", esta caída en la demanda del gigante asiático repercute fuertemente en los precios de los productos en cuestión, lo que agrava aún más la situación. Esto se ve reflejado en una caída, luego de encontrar un pico elevado en 2011, de los precios de las commodities, lo cual tiene efectos sumamente negativos para las economías de nuestra región, cuyas exportaciones dependen considerablemente de estos productos. Así, este efecto no tarda en propagarse al interior de la región donde, sumado a una caída en el ingreso de los países afectados -reduciendo las importaciones-, cada país busca sobrepasar el temblor en soledad y en ausencia de coordinaciones de políticas macroeconómicas. A esto hay que sumar la devaluación del yuan que, si bien es leve y las autoridades chinas niegan que tenga motivos competitivos y que vaya a repetirse en el tiempo, podría llegar a afectar las exportaciones nacionales al gigante asiático si este proceso devaluatorio se profundiza.

En este contexto, está al mando de la economía brasileña el ultra neoliberal Joaquim Levy. En Brasil se han puesto en marcha un paquete de políticas económicas de cuajo ortodoxo: recorte del gasto público feroz (70.000 millones de reales), aumento de las tarifas básicas y una importante devaluación del real. Estas medidas, contrario a los pronósticos teóricos, volvieron a demostrar sus implicancias prácticas: la economía del gigante sudamericano entró en una caída notable del empleo y de la actividad de la que no hay proyecciones favorables en el corto plazo. Por supuesto, esto no tardó en repercutir en la economía argentina. Nuestro principal socio comercial con una caída significativa en su ingreso y con un real altamente devaluado -sumado a un peso sobrevaluado- implicó una disminución notable de las exportaciones a este país, afectando significativamente al sector automotor.

Por último, no se puede dejar de mencionar el factor que juega otra herramienta con la que cuenta y usa recurrentemente el gobierno norteamericano: la creación de expectativas de aumentos de la tasa de interés por parte de la Reserva Federal. El solo hecho de anunciar que subirá la tasa de interés más tarde o temprano provoca un repliegue de capitales especulativos de la mayoría de las plazas emergentes hacia Nueva York. Este movimiento financiero presiona sobre el tipo de cambio y tiene, a su vez, un impacto negativo sobre el precio de las commodities en sus respectivos mercados internacionales, cuya demanda tiene un fuerte componente especulativo. A esto se debe sumar el hecho de que en contextos económicos mundiales poco alentadores, los capitales suelen fluir hacia las plazas de los países del Centro en busca de retornos más seguros, agravando aún más el problema de escasez de divisas. Este escenario internacional sumamente desfavorable para los países de la región no cuenta con proyecciones que indiquen una reversión en el corto plazo. Por el contrario, todo parece indicar que tanto la caída en el precio de las commodities como la desaceleración del comercio mundial han venido para quedarse. A esto se suman fuertes tensiones latentes al interior de la Argentina por las inminencias de las elecciones presidenciales que complican aún más el panorama.

Ante un contexto internacional como el descripto, resulta clave lo hecho por Argentina en lo que respecta a aumentos de soberanía nacional. Si bien el camino andado en la última década deja mucho por recorrer, el proceso de desendeudamiento externo iniciado en 2003 dota al país de mayores grados de libertad a la hora de pensar políticas económicas que nos permitan superar esta situación. Principalmente haber saldado la cuenta pendiente con el FMI permite que las políticas económicas a implementar sean diseñadas desde Latinoamérica para Latinoamérica, y no desde los organismos multilaterales de crédito que, como la historia lo demuestra de forma contundente, sus recomendaciones -o imposiciones- han sido contrarias a los intereses de los pueblos de la región. A esto se suma un proceso de fortalecimiento notable del mercado interno lo que permite disminuir la dependencia de las fluctuaciones de la demanda internacional. A su vez, aunque todavía incompletos, no hay que dejar a un lado los procesos de integración regional, hoy materializados principalmente en el Mercosur, lo que permite mayor autonomía y poder de negociación en este mundo global en pleno proceso de transformación, proporcionando un mercado ampliado de resguardo ante contextos internacionales turbulentos. Estos mayores márgenes de autonomía se pusieron a prueba allá por el 2009, donde la crisis internacional ya comenzaba a sentirse en nuestro país, pero fue posible sobrepasarla sin mayores complicaciones vía políticas públicas en su mayoría acertadas diseñadas desde nuestro país y no desde el exterior. Pero el problema hoy parece más preocupante. No solo la situación interna implica considerables desequilibrios macroeconómicos que complican fuertemente las posibilidades de acción, sino que el contexto internacional ha empeorado considerablemente para nuestra región.

De este modo, hoy el margen de maniobra es mucho más acotado fruto de problemas que emergen como coyunturales, pero no son más que el fruto de la falta de cambios estructurales en el modo de acumulación nacional. Esta falta de cambio estructural se refleja, por ejemplo, en una matriz productiva que aún sigue sin diversificarse. Las exportaciones argentinas siguen siendo mayoritariamente agropecuarias y, a su vez, muy concentradas en unos pocos productos, por lo que la caída en los precios internacionales, los cuales a su vez se determinan en mercados foráneos, afecta considerablemente a la economía nacional en su conjunto. A esto se suma una economía que sigue estando altamente extranjerizada, sin cambios apreciables en la última década. Muchas de estas empresas no reinvierten sus utilidades en el país sino que las fugan al exterior, siendo un agravante y no una solución de la escasez de divisas en el largo plazo. A esto debemos agregar que, como ya mencionamos anteriormente, en momentos de incertidumbre a nivel mundial los capitales fluyen a los centros en busca de mayor certidumbre por lo que la escasez de divisas se ve agravada. La restricción externa aparece, así, poniendo trabas recurrentes al desarrollo nacional y profundizándose ante contextos internacionales adversos.

Por otro lado, Brasil representa un ejemplo contundente para descartar la posibilidad de una salida ortodoxa de esta situación, tan pretendida por el establishment local y foráneo. Una devaluación, sin modificar el esquema de impuestos al sector exportador, tendería a una redistribución de ingresos hacia los capitales exportadores y en contra de los intereses populares. Hoy el comercio mundial se caracteriza por una persistente caída en la demanda de estos productos, fruto de caídas en los niveles de actividad y medidas proteccionistas que se desparraman a lo largo y ancho del globo, por lo que si la oferta finalmente lograra aumentar, no encontraría contraparte en la demanda mundial. Así, en Brasil la devaluación no hizo más que acelerar el proceso inflacionario, deprimir los salarios reales, propiciar una caída en el nivel de actividad y no aumentó las exportaciones. No entraremos aquí en otros efectos, que son muchos, que estarían detrás de un proceso de devaluación de nuestra moneda nacional y que, casi siempre, van en contra de las mayorías.

En nuestro caso, pese a que las posibilidades de acción son mucho más acotadas que en 2009 fruto de desequilibrios macroeconómicos persistentes, por lo que será fundamental seguir fortaleciendo nuestro mercado interno y la presencia estatal en la economía en su conjunto, las políticas que proponen una megadevaluación y el ajuste consiguiente quiere retrotraernos de nuevo al pasado, pero ahora como le pasó a Houdini en la última prueba que se hundió bajo el mar, será casi imposible salir a la superficie.