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| Artículos de opinión

La marcha del lomo y los restaurantes a precios argentinos

Autor | Federico Bernal


Conflictos de Interes
El autor se manifiesta en las antípodas de la Sociedad Rural


Palabras Claves
Cargill, FMI, Julio De Vido, locro, lomo, renta agropecuaria, semicolonia, Sociedad Rural, Techint



23-12-2015 | Suerte de guiso a base de maíz, legumbres, papa, zapallo y carne, el locro es de origen prehispánico y, según algunos historiadores, también preincaico. Su consumo se extiende a lo largo de la cordillera, variando su receta según la tradición culinaria de cada país o región. La incorporación de carnes al arraigado potaje -básicamente ovina y porcina, aunque generalmente limitándose a despojos (manos, patas, cola, orejas y cuero, tocino, grasa de pella, etc.)- se produjo recién con la conquista española. En el Río de la Plata la carne del locro proviene de la vaca, excluyéndose el lomo y demás cortes de alto sabor y calidad proteica. El guiso patrio lleva así vísceras como el chinchulín y la tripa gorda, el mondongo, las menudencias, despojos varios y variados huesos. Pero los ingredientes, y este es el punto, no fueron decididos por el pueblo argentino sino que obedecieron a los caprichos de nuestra oligarquía. El lomo y los mejores cortes se destinaron a estómagos foráneos; igual para el trigo, el maíz y demás granos, que si se les permitió integrar la mezcla no fue por filantropía sino por su ubérrima producción. Como sea, desde el despunte de la actividad ganadera a partir de las últimas décadas del siglo XVIII las ganancias derivadas de la actividad se mantuvieron en manos de 100 familias privilegiadas. Su no reinversión impidió acoplar las cabezas de ganado al crecimiento demográfico del país. Lo mismo para la Argentina agroexportadora de fines del siglo XIX y la renta agraria. Concentradas las rentas y excluidas las masas de su reparto y consumo, se erigieron en infranqueables obstáculos para el normal desarrollo de las fuerzas productivas, un mercado interno pujante, una economía autosuficiente, la tecnificación del sector y la mejora progresiva de la calidad de vida de la población. Doscientos cinco años después de Mayo, la Sociedad Rural vuelve a imponernos qué comer (qué nos queda adentro y qué parte allende los mares), cuánto pagar por la comida y hasta con qué frecuencia comer en restaurantes. ¿De dónde proviene semejante poder, ese que ha permitido a una ínfima y conservadora facción (menos del 1% de la población) sojuzgar casi ininterrumpidamente a más del 99% y por más de dos centurias? Ya nos movilizamos en defensa de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, abrazamos el AFSCA y el Centro Cultural Néstor Kirchner. Una marcha que exija incorporar el lomo al locro -por ley del Congreso- y el derecho a llenarnos la panza donde se nos dé la gana, cuando se nos dé la gana y a precios argentinos debería comenzar a ser prontamente organizada. La lucha por la nacionalización del lomo (la carne del origen que sea) y los granos, así como sus rentas, producción, distribución, industrialización y comercialización constituyen la clave para transformar la derrota de 2015 en una nueva y definitiva victoria del pueblo argentino.


La fuente del poder conservador
Nos explica Horacio Giberti en su célebre Historia económica de la ganadería argentina, que en la región rioplatense el ingreso de los primeros caballos (unos 74) procedentes de Andalucía data de 1536. Algo parecido con los ovinos y porcinos, traídos entre 1541 y 1550. La introducción de los vacunos al actual territorio argentino -procedentes de España aunque arribados desde el Paraguay, Potosí y Chile- ocurrió durante la segunda mitad del siglo XVI. El norte y el litoral argentinos fueron los primeros en poblarse de vacas, terneros y toros, especializándose luego en el ganado ovino por encima del vacuno. En la región pampeana sucedería lo contrario: el clima benévolo y la calidad de las tierras y los pastizales reprodujo exponencialmente los pesados cuadrúpedos. En los siglos anteriores al XIX y hasta fines de la década del setenta del siglo XVIII, el norte y el centro del actual territorio eran más prósperos, poblados y con una ingente cantidad de talleres e industrias en comparación con Buenos Aires y el litoral. Pero la carne y el cuero, base económica de una progresivamente opulenta oligarquía, habría de cambiar la relación de fuerzas y, por tanto, la dinámica económica de la Argentina y su tipo de inserción en la división internacional del trabajo. La derrota de los revolucionarios de Mayo fue consecuencia de ello, así como la época de la contrarrevolución rivadaviana y, en definitiva, el devenir histórico posterior hasta nuestros días. Apuntalada por la insaciable demanda británica de materia prima, la oligarquía argentina pasó, a fines del siglo XIX, de la carne a los granos. El triunfo de los representantes del modelo agroexportador por sobre los de una Nación económicamente diversificada y autosuficiente, industrial, socialmente justa y provincialmente equilibrada (federalismo de base popular, esto es, artiguista) fue abrumador. La renta agropecuaria, nuestra riqueza excluyente para abandonar el atraso, la dependencia y librar la batalla cultural sin mediar derrotas políticas que pongan al pueblo argentino otra vez al borde del abismo, es la fuente del enorme poder conservador, impertérrito por cierto.

La Sociedad Rural al Poder Ejecutivo
Señalábamos en nuestra nota del miércoles pasado que el Ministerio de Energía y Minería, más que un ministerio es una cámara empresaria con poder ministerial. Igual viene sucediendo con las empresas públicas y demás resortes del Poder Ejecutivo. El Ministerio de Agricultura por supuesto no escapa a la vorágine mercadista. En efecto, a través de una ex autoridad de CARBAP -y que durante la 125 pidió disolver el Congreso de la Nación- la oligarquía argentina y sus patronales agraria y vacuna vuelven a digitar la política agropecuaria. El cambio es drástico, sólo comparable -inversamente claro- al cimbronazo que significó la revolución de 1943 y el ascenso del peronismo para la Argentina del Centenario: entre 1910 y 1943, más de la mitad de los Presidentes, más del 40% de los 94 ministros nombrados y 12 de 14 ministros de Agricultura fueron miembros de la Sociedad Rural. Pero el General Perón los desplazó del poder y comenzó a trabajar para un "campo" alineado al desarrollo nacional, llave maestra de nuestra segunda emancipación. En el reciente libro "Néstor y Cristina Kirchner. Planificación y federalismo en acción" (prologado por la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner), junto al ex ministro de Planificación Federal y autor principal de la obra, Julio De Vido, abordamos el análisis técnico-político en esta Argentina del Bicentenario pero desde la cuestión nacional. Recordábamos en el capítulo dedicado a los planes quinquenales del primer y segundo gobierno peronista el discurso de Juan Perón en el Congreso al presentar su acción de gobierno, año 1946. Con estas palabras y conceptos lo describió: "Un plan económico-social dirigido al desarrollo de mayor riqueza para una participación más justa entre todos los que trabajan; en otras palabras, tratamos de obtener de nuestro país mayor provecho para beneficio de los 16 millones de habitantes y no para 100 familias de privilegiados, como había sido repartida hasta ahora la riqueza del país". Agregó luego, y aquí la síntesis de un modelo nacional y su diferencia sustancial con el semicolonial: "En el estudio de nuestro plan hemos llegado a la conclusión que de los casi 3 millones de kilómetros cuadrados de nuestro territorio continental, explotamos tan sólo 1 millón y que de este último apenas obtenemos un rendimiento de un 25 a 30%. El Plan de Gobierno quiere llegar a que esos 3 millones de kilómetros produzcan el 50% de su riqueza para repartirla proporcional y equitativamente entre todos los argentinos".

La marcha del Lomo
El proyecto semicolonial vuelve al poder. Intentarán reducir la Argentina a menos de un tercio de su superficie y a un 1% de su población. El modelo agroexportador, el del granero del mundo y el del mercantilismo subordinado, rentístico y parasitario dominan el Ejecutivo Nacional. La Sociedad Rural se adueñó de la Casa Rosada y con ella Cargill, Bunge, Aceitera Deheza, Dreyfuss, Noble, Techint, etc. Son las 100 familias de privilegiados. En breve aterrizará el FMI cuyo plan de ajuste será financiado por los dólares de las corporaciones de los agro-negocios (firmas nacionales y multinacionales), sumado a la entrega de Vaca Muerta a los buitres y asociados. Los despidos masivos ya en marcha, conjuntamente con la mega-devaluación, la quita generalizada de subsidios, la eliminación de retenciones y la apertura comercial asestarán un durísimo y sincrónico golpe a las clases populares y al mercado interno. El Ejército de Reserva resultante de un mínimo de 1 millón de compatriotas despedidos o nuevos empobrecidos en los próximos meses jaqueará la continuidad de las paritarias. Son momentos cruciales, de profunda reflexión, autocrítica y toma de conciencia para la organización popular. Se ha afirmado por estos días que la Troika en la Argentina es el trinomio Corte Suprema, Grupo Clarín y Cambiemos ("La Troika", Página/12 - 20/12/15) y que la restauración conservadora fue consecuencia de este armado político. Nada más equivocado: son apenas instrumentos (judicial-constitucional, cultural y político) del poder real, que no es otra cosa que la sólida y bicentenaria alianza entre nuestras clases dominantes (agraristas, ganaderas y empresarias mercantilistas) y las corporaciones financieras, agrarias e industriales estadounidenses y europeas. La correcta identificación del histórico enemigo del pueblo argentino y a través de qué recursos se perpetúa en el poder resulta una ineludible y fundamental tarea.

Oportuna resulta entonces esta frase del General Perón, expresada en el exilio: "Esta estructura oligárquica [la que lo derrocó] duró muchos años. Aún hoy subsiste. Deteriorada, pero todavía vigente. Yrigoyen no pudo con ella. La trabó, la enfrentó, pero a la postre, ellos acabaron con él. Hasta la Revolución de 1943, fue todopoderosa. Sólo nosotros logramos herirla de muerte. La herimos, pero no pudimos matarla. Prueba de ello es que hoy estamos aquí, y ellos allí, gobernando" (en Cambio de Mano, de Alberto Guerberoff). La revolución nacional y popular renacida en 2003 exige, no ya matar a nadie, sino avanzar en la eliminación de los pilares tradicionales de sustentación y supervivencia de esa misma estructura oligárquica. Comenzar por la marcha del lomo y el derecho a llenarse la barriga fuera de casa y a precios argentinos puede ser un buen comienzo. Por lo pronto, trabajemos para que el lomo sea declarado obligado ingrediente del locro patrio porque, dicho sea de paso, no hay resistencia ni revolución que aguante sin proteína nacionalizada, rica, barata y abundante.