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| Artículos de opinión

Energía nuclear, salud pública y medioambiente (II)

Autor | Federico Bernal


Conflictos de Interes
El autor no manifiesta conflictos de interés


Palabras Claves
cambio climático, carbón mineral, combustibles fósiles, contaminación del aire, ecologismo fundamentalista, ecologista auténtico, energía nuclear, fuentes de generación eléctrica, gases de efcto invernadero, James Hansen, Kharecha, mortalidad, muertes, salud pública



30-07-2014 | Dedicamos la primera parte de esta nota a abordar los dos principales caballitos de batalla del ecologismo anti-nuclear, esto es, Chernóbil y Fukushima. Sobre el primero, el informe de la UNSCEAR de 2008 fue categórico: "Además del drástico aumento en la incidencia del cáncer de tiroides entre las personas expuestas a una edad temprana y algún indicio de aumento en la incidencia de leucemia y de cataratas entre los trabajadores, no existe aumento alguno claramente demostrado en la incidencia de cánceres sólidos o de leucemia debido a la radiación en las poblaciones expuestas. Tampoco hay pruebas de que exista vínculo alguno entre otros trastornos no malignos y las radiaciones ionizantes. Aunque las personas expuestas como los niños y quienes trabajan en emergencias y recuperación corren mayor riesgo de sufrir efectos inducidos por la radiación, la vasta mayoría de la población no tiene por qué temer consecuencias graves para su salud debidas a la radiación tras el accidente de Chernóbil. En su mayor parte, estuvieron expuestos a niveles de radiación comparables o un par de veces superiores a los niveles anuales de fondo (naturales), [mientras que] la exposición futura continúa disminuyendo lentamente junto con la disminución de la concentración de radionúclidos. Muchas vidas se han visto seriamente afectadas por el accidente de Chernóbil, pero desde el punto de vista radiológico, en términos generales deberían prevalecer las perspectivas positivas respecto del futuro de la salud de la mayoría de las personas". ¿Cuántas muertes dejó el accidente de Chernóbil? 43 (28 del personal de planta y de emergencia, y 15 de los 6.000 casos de cáncer de tiroides oportunamente diagnosticados). Por su parte, Fukushima no produjo al día de hoy ninguna muerte por radiación (SRA), así como tampoco el accidente de Three Mile Island en EE.UU, en marzo de 1979. En cuanto a Fukushima, agregamos a lo explicado la semana pasada los resultados de una segunda investigación sobre dosis de radiación en habitantes próximos a la central nuclear accidentada: los valores máximos hallados fueron de 1mSv por año (extensibles al 2062), valores comparables a la radiación normal de la zona. El riesgo de incidencia de cáncer se estima incrementado en un factor de 1,03 a 1,05, lo cual resulta epidemiológicamente indetectable (Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America - 01/14). El informe de la UNSCEAR sobre Fukushima (Comité de las Naciones Unidas sobre los efectos de la radiación nuclear), publicado el 2 de abril de 2014, confirma los resultados de la literatura científica al respecto: "se espera que los habitantes de Fukushima reciban en promedio menos de 10 mSv tras el accidente durante toda su vida, comparado con la dosis de 170 mSv de radiación natural de fondo que normalmente reciben las personas en Japón también a lo largo de su vida". En fin, las muertes provocadas por exposición a la radiación derivadas de Three Mile Island, Chernóbil y Fukushima, totalizan 43. Y aquí vienen las preguntas del millón. ¿Cuántas muertes generaron, desde 1979 por ejemplo, los accidentes registrados para otras fuentes de generación de energía eléctrica? Y más importante aún: ¿existe alguna vinculación entre la mortalidad derivada de patologías por contaminación del aire y las distintas fuentes de generación eléctrica? ¿Alguna de ellas evita más muertes que otra, garantizando a la vez seguridad y energía abundante, confiable y barata? No apuntamos aquí a apoyar de manera acrítica un determinado tipo de energía, ni nos oponemos irracionalmente a otro. Apuntamos por el contrario y humildemente, a la gesta de un ecologismo auténtico, responsable y nacional.


Pregunta cardinal para el fundamentalismo ecologista
Existen actualmente en operación unos 434 reactores nucleares a nivel mundial y 73 en construcción (WNA - Junio 2014). Desde el inicio de la actividad nuclear aplicada a la energía se han producido, como consecuencia de accidentes ligados a este tipo de industria, 43 muertes. La totalidad de dichos decesos corresponde al accidente de Chernóbil. Ahora bien, según la Agencia de la Energía Nuclear de la OCDE en informe de 2010 (Comparing Nuclear Accident Risks with Those from Other Energy Sources), las muertes latentes por radiación se estiman entre 9.000 y 33.000 para los próximos 70 años. Sin embargo y como el mismo informe advierte, este cálculo se sustenta en un modelo matemático que, aplicado a niveles normales de radiación y su impacto en la tasa de mortalidad, arrojaría unas 50 millones de muertes en igual período de tiempo. Su conclusión es, por tanto, que las muertes adicionales de Chernóbil por exposición extendida a la radiación remanente, de ocurrir, serían epidemiológicamente insignificantes. A resultados similares arribó la UNSCEAR. De todas maneras, no es este el punto cardinal, sino el siguiente: si la exposición a la radiación es el riesgo inherente a las centrales nucleares, entonces... ¿cuál es el riesgo inherente a las centrales termoeléctricas o basadas en el carbón mineral como combustible? La contaminación del aire por gases tóxicos. Esta simple pregunta -y sus derivadas, como veremos a continuación- marca la diferencia entre un ecologista fundamentalista y un ecologista auténtico, parado con los pies sobre la Tierra, responsable, estudioso y convenientemente informado.

Comparativa de muertes por accidentes
El reporte de la OCDE afirma que "las muertes latentes provocadas por accidentes nucleares debe compararse con las muertes resultantes de la exposición a la emisión de gases tóxicos liberados por el uso de combustibles fósiles. Conforme el Directorio de Medioambiente de la OCDE, 960.000 muertes prematuras se produjeron como consecuencia de los niveles de partículas contaminantes solamente en el año 2000, niveles de los cuales la generación de energía contribuyó con un 30%". Volveremos sobre esta cuestión más adelante. Segunda pregunta derivada de la anterior: ¿cuántas fatalidades provocaron los accidentes vinculados a otras fuentes energéticas? Para la Agencia de Energía Nuclear de la OCDE, entre 1969 y 2000, la industria energética del carbón y los hidrocarburos generaron unas 2.259 y 2.713 muertes en países OCDE, respectivamente. En países no integrantes de este grupo, los decesos fueron 18.017 y 16.505, respectivamente. Compárese estos números para los 43 casos fatales comprobados a la fecha de los 3 accidentes nucleares desde 1979. Hecha esta digresión, permítanos el lector volver a la mortalidad asociada a la contaminación del aire.

El genocidio silencioso que omiten ciertos "ecologistas"
Según los estudios más recientes de salud pública e índices de mortalidad vinculados a la contaminación atmosférica (su principal explicación es la quema de combustibles fósiles), se estima que unas 3 millones de personas mueren cada año en el mundo por esta causa. Y la espantosa cifra va en aumento. En efecto y según determinación de la OMS (Global Health Observatory Data Repository - 2012), durante la década pasada, la polución del aire fundamentalmente originada en la quema de combustibles fósiles provocó la muerte de 1 millón de personas por año en el mundo entero. Las enfermedades derivadas de la contaminación atmosférica no se limitan a patologías respiratorias sino que van mucho más allá: malnutrición, diarrea, malaria y enfermedades cardiovasculares son atribuidas a los efectos del cambio climático (Comparative quantification of health risks: global and regional burden of disease due to selected major risk factors. OMS - 2004). Los últimos y más importantes meta-análisis publicados por la célebre y prestigiosa revista The Lancet no hacen sino confirmar el silencioso genocidio. Entre los trabajos pioneros se encuentra el de 2007 titulado "Energy and Health" (The Lancet - Septiembre de 2007). Entre sus conclusiones rescatamos los siguientes conceptos: "La adopción acelerada de las fuentes renovables tiene el potencial de brindar apreciables beneficios para la salud, aunque una modificación muy grande planteará desafíos (superables), sobre todo en relación con el carácter intermitente de la producción a partir de dichas energías, los requisitos de uso del suelo y el costo... La energía nuclear tiene uno de los niveles más bajos de emisión de gases de efecto invernadero por unidad de energía producida y uno de los niveles más pequeños de afectación directa de la salud; sin embargo, existe un temor comprensible frente a los accidentes nucleares, el uso armamentístico del material fisionable y el almacenamiento de residuos. A pesar de todo ello, si se permitiese que el 17% actual de generación eléctrica a nivel mundial a partir de la energía nuclear declinase, se agregaría una barrera adicional importante al logro de una urgente reducción de gases de efecto invernadero. Estas estimaciones incluyen las muertes relacionadas con todos los aspectos de cada una de las fuentes de energía. En el caso de los combustibles fósiles, se trata de las bronquitis entre los mineros del carbón o el cáncer de pulmón relacionado con la contaminación del aire". Esta investigación de científicas británicas es una de los primeras, sino la primera en mensurar los efectos de la salud por tipo de generación eléctrica (muertes por Teravatio-hora). La mortalidad entre la población como consecuencia de la contaminación del aire ubica a la energía nuclear como la más saludable: 0,052 muertes/Twh, contra 24,5 muertes/Twh para el carbón y 21,2 para el gas y el petróleo. La mortalidad entre el personal que trabaja en las diferentes industrias ubica a la energía nuclear como la segunda más segura después del gas, con 0,019 muertes/TWh (0,001 para el gas y 1 para el carbón). El trabajo de 2007 sirvió de base para una frondosa cantidad de investigaciones posteriores que abordaron la problemática de la salud pública desde la generación de fuentes de energía eléctrica y la emisión de gases contaminantes, enfoque que ningún ecologista auténtico puede hoy soslayar. Analicemos ahora uno de los más importantes.

Energía nuclear: 2 millones de muertes prevenidas (contra 43)
El año pasado, los investigadores y especialistas de la NASA y del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia (EE.UU.), Pushker Kharecha y James Hansen, dieron a conocer en la célebre revista Environmental Science & Technology un estudio más que trascendental y que nos llamó poderosamente la atención -sobre todo por su alevosa omisión y censura de parte de ecologistas fundamentalistas-. Hablamos del trabajo titulado "Prevención de la mortalidad y gases de efecto invernadero para la energía nuclear" (marzo de 2013). Automáticamente decidimos contactarnos con los autores y proponerles una entrevista (figura completa en el portal oficial del Observatorio OETEC - www.oetec.org). Pues bien, que sea el mismísimo Dr. Kharecha y con sus propias palabras quien nos explique los hallazgos de su investigación: "Entre 1971 y 2009, la energía nuclear mundial ha impedido históricamente la ocurrencia de casi 2 millones de muertes en promedio y la emisión de más de 60 gigatoneladas de gases de efecto invernadero o GEI". Preguntado sobre el futuro de la energía nuclear y su rol sobre la salud del ser humano a escala planetaria, esto nos respondió: "Nuestro análisis proporciona evidencia científica convincente acerca de que, con el fin de mitigar el cambio climático y la contaminación del aire, sería una excelente idea conservar y ampliar la oferta mundial de energía nuclear (junto con las energías renovables). Asimismo, debido a que la utilización del gas natural causa muchas más emisiones de gases de efecto invernadero y partículas nocivas que la energía nuclear, el reemplazo del carbón por la energía nuclear sería mucho más apropiado que el reemplazo del carbón por el gas natural".

La derrota histórica del fundamentalismo ecologista
"En el futuro, si la energía nuclear llegara a reemplazar a la energía del carbón y del gas, el impacto preventivo podría ser aún mayor, evitando hasta 7 millones de muertes (en promedio) y hasta 240 gigatoneladas de emisiones de GEI", nos informa categóricamente el Dr. Kharecha. El ecologismo anti-nuclear está perdiendo la madre de todas las batallas y lo sabe. Cada vez son más los estudios científicos y más los ecologistas referentes que destacan el rol estratégico de la energía nuclear (complementada en forma creciente con fuentes renovables) como moderador de los efectos nocivos a la salud pública consecuencia de la contaminación del aire y del cambio climático. Reservamos para el final un dato no menor. En 1988, el jefe de científicos de la atmósfera de la NASA brindó una conferencia histórica en el Senado de EE.UU.. Fue la primera vez que se denunciaba la gravedad del efecto invernadero a ese nivel, punto de inflexión para la toma de conciencia planetaria en lo que constituye la peor de las amenazas para la supervivencia del ser humano. Ese personaje fue James Hansen, coautor del trabajo aquí mencionado junto con Pushker Kharecha.

El ecologista auténtico
La reactivación del Plan Nuclear Argentino en 2006, junto con la mayor diversificación de la matriz energética nacional con fuentes renovables de nuestra historia (también en estos últimos once años) se inscribe en lo más avanzado de la medicina, la salud pública y el campo científico-académico vinculados a la lucha contra el cambio climático a nivel mundial. Para el caso particular de los países latinoamericanos, la lucha contra la contaminación del aire y su peor causa, la emisión de gases de efecto invernadero, no puede desvincularse de la necesidad perentoria de más y mejor desarrollo (acceso universal a un suministro eléctrico confiable, seguro y barato, lo que a su vez permite una industrialización masiva y modernización económica), en un contexto de bienestar y equidad social ascendente (inclusión masiva de clases sociales históricamente postergadas). Un ecologista desprovisto de tal razonamiento es un "ecologista" abstracto, irracional, idealista e irresponsable. El ecologista auténtico en este siglo XXI debe tener como principal meta la protección de la naturaleza aunque partiendo de la defensa del ser humano, esto es, de su desarrollo, su dignidad y su realización, tanto individual como colectiva.